Voluntariado: ¿servir o servirnos?

Por Martín Althaparro

Todos tenemos la necesidad imperiosa de trascender, de transformar, de sentir entre las venas una dosis diaria de eso que Dios ha puesto en nosotros llamado eternidad. Después de la posguerra, el voluntariado se volcó desde lo religioso hacia lo político. Se trasladó a la denominada militancia social o política y más recientemente a los movimientos ambientalistas, por poner un ejemplo. Digamos que cambió el centro, antes era un servicio a Dios y se transformó en un servicio a los hombres y a las ideas.

Quizás sea por esto que en muchas instituciones y órdenes religiosas el voluntariado dejó de serlo a Dios y se transformó en el servicio a un líder político o religioso. En otra fase se transformó en un servicio a la institución, al líder, a su visión y sus objetivos. 

Tanto los políticos como otros líderes parecen haber abusado de ese deseo y necesidad de dar amor, de ayudar, de compartir. Así es como hemos caído en el descrédito de la generosidad. Lamentablemente existe un ejército de voluntarios heridos y de gente que, observando el lienzo, no comienza su pintura.

Un círculo que pudo ser virtuoso se vuelve vicioso y algunas instituciones con sus líderes y voluntarios se autofagocitan hasta el punto de odiarse entre sí, hasta quizá siguen juntos por costumbre y comodidad. Entiendo, como periodista, que ese viejo cofre de las efemérides puede provocar en nosotros una revisión, un llamado a la reflexión y traernos en una bandeja aburrida un plato delicioso. Tenemos siempre la posibilidad de elegir y renunciar a nuestros miedos y limitaciones. Muy a menudo recuerdo ese cuento Sufí sobre las estrellas de mar. Lo recuerdo como algo que llega a molestarme por simplón: 

“Un viejo que caminaba por la playa al amanecer, vio a lo lejos un joven devolviendo al mar estrellas de mar que las olas habían sacado del agua. Alcanzándole, le preguntó por qué estaba haciendo eso. La respuesta fue que las estrellas de mar que estaban varadas podrían morir si se las dejaba que les diera el sol de la mañana. ‘Pero la playa continúa kilómetros y kilómetros y hay millones de estrellas de mar. ¿Vale la pena tu esfuerzo?’, cuestionó el viejo. El joven se quedó pensativo y tomando una estrella del suelo, la lanzó lejos y justo cuando impactó en el agua, dijo: ‘¿Ahora lo ves? Para esa estrella, sí ha valido la pena’”.

Me resulta obvio y aburrido como la bandeja y, sin embargo, entiendo que es elemental, transformador y me interpela. Me deja sin excusas.

Entonces, ¿Hemos venido a servir o a servirnos? ¿Ser pastor, gerente o presidente cambia la respuesta? Podríamos repensar las instituciones religiosas, políticas y sociales. Quizá, solo quizá, algunas estén funcionando como “casta” que se sirve del voluntariado en lugar de ser una herramienta para servir. Preguntas que tenemos que hacernos para saber si vinimos a trastocar el mundo o a cambiar el “carro”. En definitiva, si vinimos a servir o a servirnos. Hay un chiste que circuló en el último tiempo de campaña política donde decían que cuando un político dice que viene a terminar con la pobreza, está hablando de la suya y la de sus amigos y familia. 

Debemos cuidarnos de ser voluntarios en todo cargo y posición. Debemos cuidarnos de no ser tropiezo para el deseo altruista de ayudar a los demás. 

Mis felicitaciones a todos los voluntarios que hacen un mundo mejor y a quienes saben liderarlos para que lleguen donde hace falta llegar. 

(*) Martín Althaparro es comunicador social y emprendedor.