La coyuntura constante que parece no querer soltarnos

El mundo vive en permanente transformación y parece que nosotros vivimos en la coyuntura de no transformar nada. Nuestro amado país Argentina sufre de problemas estructurales desde sus orígenes que parecen eternos.

Columnistas 17/10/2023 Diario PC Diario PC
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Por Gustavo Marini 

Hagamos un poco de historia. En poco más de 200 años de vida como Nación, vivimos desde la revolución de mayo de 1810 y luego la independencia en 1816 hasta 1880, cuando se asienta la capital de la Nación en Buenos Aires, un período convulsionado por constantes guerras civiles que impidieron crear las bases para un crecimiento sostenido como nación. 

Entre 1880 y 1930 fue un eslabón entre la patria vieja y la Argentina moderna, fue medio siglo con cierta estabilidad que le permitió un sostenido progreso en función de sus riquezas agropecuarias demandadas por una coyuntura internacional favorable. 

Entre 1880 y 1916 una minoría dominó el escenario político argentino constituyendo un régimen autoritario que anuló y persiguió a la oposición con el fraude y la cárcel, la falta de libertades políticas, de garantías electorales, de marginalidad social y de corrupción generalizada. 

Entre 1916 y 1930, con Hipólito Yrigoyen apareció por primera vez en 1916 una democracia de masas que pugnaba por acceder al poder. Tuvo conquistas en derechos sociales y se trató de transformar una sociedad tradicional conservadora en otra moderna y más incluyente con resultados diversos, y con el tiempo fueron incorporando los defectos del conservadurismo. 

Entre 1930 y 1983 entramos en un período marcado por la inestabilidad política, económica y social. La intervención militar en la política con el golpe de Estado de 1930 dio origen a los gobiernos de facto y los siguientes golpes de Estado que se produjeron hasta 1983. El período también se vio afectado por la revolución peronista que trajo derechos y justicia social al pueblo trabajador y también creó un abismo pleno de rechazos, odios, revanchas y violencias que dificultaban la pacificación espiritual y desviaban la energía social hacia enfrentamientos internos. 

Lo más grave de este medio siglo fue la inestabilidad que le quitó al país la paz interior, sin cuya existencia es casi impracticable el desarrollo de cualquier proyecto de crecimiento sostenido a mediano y largo plazo, y terminó engendrando un gobierno de facto con el proceso más oscuro de nuestra historia, que terminó con una guerra en las Islas Malvinas.

La sociedad sufrió un largo y duro aprendizaje en valorar los beneficios de la democracia pluralista y en defender el orden constitucional. Cuando a fines de 1983 se restableció el orden democrático, la sociedad comenzó a confesar sus pecados y a mostrar las heridas de medio siglo y, en el sufrimiento y la vergüenza, se lanzó a la búsqueda del tiempo perdido para vivir en paz, justicia y libertad. 

Hemos logrado vivir 40 años en democracia pero no hemos logrado superar las mismas coyunturas en lo político, económico y social que se han agravado peligrosamente. Entonces, ante una situación que parece terminal, se escucha hablar de refundar la república pero cuando se habla de fundar se debe pensar bien sobre qué fundar. En la construcción de una casa o edificio, las fundaciones son una de las partes más delicadas e importantes de calcular y realizar. 

Las mismas, una vez hechas, no se ven más y el resto de la obra que es la parte visible depende de esas fundaciones. Tanto es así que cuando se observan grietas y problemas en las partes visibles de las obras, muchas veces se trata de tapar superficialmente un problema que es de fondo, y el tema de fondo no está en la parte visible sino en las partes no visible. Entonces se debe atacar la raíz del problema, el cual está en las fundaciones. 

Nuestro país parece estar sumergido en una crisis que excede a todas las ideologías humanas. La grieta cada vez nos separa y nos violenta más y nos aleja de soluciones perdurables en el tiempo. Todos sabemos que no podemos ir contra la ley de la gravedad, por más que me esfuerce en lanzar un objeto al aire, este caerá a suelo. Hay otras leyes que son espirituales, por ejemplo todo lo que se conquista a la fuerza se debe defender a la fuerza. Todos los imperios en la historia se construyeron sobre la fuerza y todos han caído, ya que se deben defender por la fuerza y nadie puede ganar todas las batallas y obtener paz. Pero las conquistas que perduran son sin violencia. 

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Martin L. King conquistó un importante avance en los derechos civiles para los afroamericanos en los Estados Unidos. Gandhi logró sin violencia la independencia de la India. Mandela, sin violencia, logró unir al pueblo sudafricano. Jesús enseñó la redención de todas las personas con el amor de Dios y el amor al prójimo. Sus conquistas perduran porque se fundaron en la paz y no en la violencia. Eso sí, todos ellos fueron líderes que no pensaron en construir poder, ellos se enamoraron más de las personas que del éxito. Por eso, como dice el preámbulo de nuestra Constitución Nacional, necesitamos alcanzar la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común y asegurar la libertad, invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia.

¿Por qué invocar a Dios? Porque todo lo que fabricamos con esfuerzo humano no viene con la garantía de Dios y no perdura. Los partidos políticos trabajan sólo con esfuerzo humano para una parte de la sociedad (ya que como lo indica su nombre, son "partidos") y no para un todo. El problema no es ideológico, sino moral. Las ideologías humanas no incluyen a Dios, el comunismo es ateo, el socialismo pone en el centro al ser humano y el capitalismo pone en el centro al dinero. 

El problema de fondo no está tanto en las leyes. Está en lo más profundo de cada ser humano, en sus valores. Toda crisis trae oportunidades y el primer paso es desde el interior del ser humano. Debo querer cambiar para anhelar un resultado distinto. Si no transformamos volveremos a lo mismo como un perro vuelve a su vómito. Necesitamos un liderazgo que piense menos en cómo conseguir poder y éxito y piense más en las personas. Es la esencia de amar al prójimo. Jesús dijo que el profeta más grande que existió fue Juan el Bautista y creo que fue porque no pensó en él, sino en la visión. No construyó poder sino preparó un camino para otro que fue Jesús. No disputó espacios de poder sino menguó para que la visión la continuara otro. La honra viene dando honra y no buscando honra. 

Soluciones durables tienen que tener al menos dos principios fundamentales o leyes espirituales. El principio de dar y no de recibir. Todos los sectores de nuestra sociedad quieren obtener algún beneficio, pero es el momento donde todos los sectores deben dar y no recibir. Todos queremos recibir primero pero la ley de la cosecha requiere sembrar primero. El principio de la unidad. Debemos comprender que la magnitud de la crisis es tan grande que ningún partido político sólo puede resolver semejante crisis estructural. Esto no significa que debamos todos pensar igual, significa ponerse de acuerdo en determinados principios. 

Jesús enseñó que "ningún reino dividido perdura" y el Martin Fierro dice "los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera (...) porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera". Acá es donde creo que invocar a Dios es la llave, porque en estos momentos de tanta grieta sólo Él puede crear el pegamento de la unión. El apóstol Pablo en la carta a los Efesios, en la Biblia, escribió: "Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación" (Ef. 2-14). 

El hormigón es un material que se forma mezclando piedra partida, arena y cemento, pero no adquiere consistencia y durabilidad hasta agregar agua, que al mezclar genera una reacción química con el cemento formando el hormigón y adquiriendo su resistencia y unidad. El agua es el elemento milagroso para el hormigón y la invocación, la fe en Dios y aprender de su sabiduría es lo que necesitamos para desencadenar el milagro. 

En el Antiguo Testamento cuando el pueblo judío se apartaba de las enseñanzas de Dios terminaban siendo conquistados por sus enemigos. Luego se levantaban líderes que invocaban a Dios humillándose y arrepintiéndose y el Dios Creador del universo los restauraba. En el segundo libro de Crónicas, en la Biblia, dice: "si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra". Esta frase fue escrita para el pueblo judío en el Antiguo Testamento, pero hoy podemos abrazarla para nuestro país. 

Transformar a nuestro país es un desafío muy grande, pero no imposible. Me volví a encontrar con el discurso de Martin L. King ("Tengo un sueño"), y como los sueños están escritos de esperanza, comencé a soñar con un país con más igualdad, justicia y oportunidades, sueño con: una dirigencia política, funcionarios públicos y legisladores que sean servidores públicos y no se sirvan de lo público, con vocación de servir a su pueblo. Con empresarios que tengan vocación de crecer sin pisar cabezas y sin privilegios, con conciencia social de entender que el crecimiento de sus empresas aporten bienestar no sólo a ellos sino a la Nación. Con sindicalistas que sirvan a sus representados, sin creer que los empresarios y la patronal son el enemigo o una vaca a la cual sólo hay que exprimirla al máximo, o creer que porque fueron elegidos por sus pares tienen derecho a enriquecerse sin medida. Con empleados que se sientan parte de la empresa en la cual trabajan y aporten con su trabajo a la visión de la misma. Con educadores que sientan que lo que siembran en sus alumnos es con pasión para el futuro. Con médicos que sirvan con amor a los que necesitan de su saber. Con policías que sientan cuidar al pueblo sin abusos del poder que se le delegan. Con jueces que administren justicia, sin mirar su conveniencia. Con periodistas que informen buscando los hechos y la verdad sin intencionalidad política ni adoctrinamiento. Pero los sueños, para que se cumplan, necesitan de condimentos, necesitan de determinados valores. El valor de la entrega, el valor de amor, el valor del servicio, el valor de estudiar, el valor de la honestidad, el valor de la humildad, el valor del trabajo, el valor del coraje. Esta es la transformación que necesitamos. Las leyes espirituales se abren camino más lento o más rápido así como la verdad siempre vence a la mentira. Las vanas filosofías del mundo dicen que la verdad no existe, que es todo una construcción social, pero Jesús dijo hace más de dos mil años: "yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mi", y dos mil años después sigue vigente, la verdad siempre triunfa. 

Jesús compara a cualquier persona que oye y practica sus enseñanzas con una persona prudente que edificó su casa sobre la roca y ni la lluvia, vientos u otras calamidades la hicieron caer. En cambio considera a las personas que no escuchan o practican sus enseñanzas como personas insensatas que edificaron sus casas sobre la arena, entonces, al llegar vientos y tempestades se agrietaron, cayeron y fue grande su ruina. 

El invocar a Dios es lo que hace la diferencia para derribar toda grieta de separación y que nos 
permita alcanzar la visión del preámbulo de nuestra carta magna y así alcanzar la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común y asegurar la libertad, cuestiones que parecen tan lejanas hoy en día. 

Finalmente, hay una enorme tarea de reconstrucción en nuestro país. Requiere mucho trabajo, dedicación, más humildad, menos orgullo, y si agregamos ayuda divina, invocando a Dios, aceptando su sabiduría y reconociendo haber equivocado el camino que nos trajo a nuestro presente, entonces yo sé que seremos escuchados e iniciaremos la transformación necesaria que nos saque de esta coyuntura política, económica y social, la cual parece no querer soltarnos. El que tenga oídos para oír, que oiga.

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